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jueves, mayo 25, 2006

DO YOU REMEMBER 1984?

En esta sociedad que se construye cada día a sí misma sobre las arenas movedizas de lo aparente, el miedo y el espectáculo no pueden dejar de ser dos de los principales cimientos sobre los que se sustenta ese edificio en ruinas. La combinación de ambos factores crea extrañas ilusiones de acción y reacción. Desmantelar esas ilusiones debe ser una de las principales tareas a llevar a cabo por cualquier pensamiento que se tenga por crítico. Empecemos apedreando las ventanas del edificio para después poder volarlo hasta los cimientos.

Cada cierto tiempo los mass media nos despiertan con alguna noticia alarmante acerca de nuevas medidas de “seguridad” que se entrometen en la vida privada de las personas, como las nuevas cámaras de vigilancia en el metro, que serán capaces de cotejar las imágenes que reciban de los pasajeros con las bases de datos de los “fichados” por la policía. Cunde el pánico entre las cabezas pensantes de la izquierda. ¡De aquí a que nos instalen un chip bajo la piel para poder controlarnos mejor hay sólo un paso! ¡Es el colmo! Habrá quien se deje engañar por esa (aparente) defensa de la libertad, pero examinando las actitudes concretas ante realidades concretas de muchos de esos voceros no cabe sino la indignación ante la contradicción manifiesta entre el dicho y el hecho. La denuncia del hecho espectacular esconde a menudo la cotidiana complicidad con el sistema.

Lo que se oculta tras la capa más superficial de la realidad es mucho más preocupante que el hecho ―horrible en todo caso― de que no podamos dar un paseo por la ciudad sin que nos estén grabando, controlando, almacenando nuestros datos y utilizándonos para vaya usted a saber qué. Recordemos 1984, ese mundo totalitario descrito por Orwell en el que nada escapa al ojo del Gran Hermano. Lo monstruoso de la distopía de Orwell no son tanto las pantallas que hay en cada casa para controlar a todos los habitantes de esa gris sociedad, sino la inevitable complicidad de las personas en la atroz opresión que sufren, sin esa colaboración, el sistema caería como un castillo de naipes a pesar de las cámaras y la policía. Lo que de verdad sobrecoge en esta novela son los niños que denuncian a sus padres, son los falsos revolucionarios que dirigen la resistencia desde los despachos del poder, son los trabajadores chillando a la pantalla durante los dos minutos de odio, es, finalmente, el doblepensar, esa forma de aniquilación del pensamiento que obliga a pensar la realidad según los mecanismos de funcionamiento de un sistema que dicta qué es verdad y qué aparenta ser verdad a cada instante, el doblepensar como la herramienta más perfecta del sistema consiste en “inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión.”

Los mismos que claman contra las cámaras de seguridad, la versión espectacular del nuevo totalitarismo, aplauden encantados el resto de mecanismos de control y represión, mucho más sutiles y muchísimo más eficaces para asegurar la continuidad de la dominación. El gran triunfo del sistema democrático-espectacular ha sido convertir a cada persona en un colaborador leal del poder, en un ciudadano ejemplar, en un perfecto ejemplo no sólo del doblepensar, sino también del dobleactuar. La denuncia de la pérdida de libertades enmascara a menudo la más ruin complicidad con el poder. El ideal democrático es implantado de forma tan sutil que se introduce inconscientemente en nuestro interior, obligándonos a reaccionar como quieren que reaccionemos, como cómplices de la represión propia y ajena. Se crean así perfectos colaboradores del sistema, ciudadanos-policías prestos a dar la voz de alarma ante cualquier actitud sospechosa que delate a un presunto terrorista, ágiles para sacar el móvil y hacer una foto con la que identificar a los vándalos que rompen el escaparate de una gran superficie, manifestantes responsables que denuncian a los violentos, los identifican y los aíslan para que la policía antidisturbios pueda llevar cabo su labor represiva. Es el ciudadano-policía, el ciudadano-masoquista que se reprime en primer lugar a sí mismo, no dejándose “contaminar” por cualquier impulso ajeno a lo normativo dentro de la crítica permitida y permisible y, fruto de esa sumisión inconsciente, colabora eficazmente con sus amos para asegurar que su mundo de felicidad enlatada no se derrumbe, pues no desea en absoluto acabar con este sistema, sino ser tan sólo el toque de “folklore alternativo”, el elemento que asegure la “pluralidad del sistema”. Así, el perfecto ciudadano puede criticar al sistema, a la vez que es el colaborador necesario del poder, asegurando con ello la continuidad de un sistema que necesita de la colaboración de todos, incluidos sus críticos para incrementar su dominio. Desenmascarar a los falsos críticos, destruir las ilusiones y devolver a primera línea de fuego al pensamiento crítico. Éstas son las tareas que merecen la pena, éstas son las que no tolera el Espéctaculo.

Fuente: Fahrenheit 451(blog)

En relación a esto... si alguien quiere leer esa obra maestra que es, para mí, 1984 de George Orwell, pinchad en esta imagen*:



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