Ante la perspectiva que el comunicado de ETA evidencia, Floren Aoiz analiza la estrategia del PSOE en los últimos años con respecto al proceso de normalización política en Euskal Herria, estrategia de la que destaca la falta de asunción de «compromisos serios» por parte del Gobierno español y cuyo resultado es la situación actual, a enmarcar en «un proceso en crisis permanente».
Cuando GARA me pidió el 11 de marzo de 2004 un artículo sobre lo ocurrido aquel día en Madrid, lo inicié señalando que hay artículos que uno preferiría no haber tenido que escribir. Este -casi sobra decirlo- es otro de esos artículos. ¡Ojalá nunca hubiéramos tenido que enfrentarnos a esta situación!
Dicho esto, se hace necesario aclarar que cuando hablo de esta situación no me refiero sólo al comunicado de ETA en el que anuncia el fin del alto el fuego, sino al actual contexto en su conjunto. Habrá muchos que digan que ETA lo ha echado todo a perder, y recurrirán a guiones que han preparado hace ya mucho tiempo, pero un análisis riguroso de los meses transcurridos desde marzo de 2006 nos sitúa más bien ante un proceso en crisis permanente, crisis provocada por la falta de compromisos serios por parte del Gobierno español.
¿Qué ha hecho el gobierno de Rodríguez Zapatero para que el alto el fuego se convirtiera en un escenario de paz? Dejemos que lo responda su presidente, recuperando su respuesta a un senador del partido de Rajoy en Madrid: nada, ni un solo paso. Recomiendo a quien tenga dudas al respecto que se haga con una copia del vídeo que el PSOE elaboró para denunciar los pasos que el PP dio en los meses de la tregua anterior. Aquel canto al inmovilismo reflejaba un talante que ha terminado por frustrar las expectativas de la sociedad vasca y creo que de una buena parte de la sociedad del conjunto del Estado español.
Uno tiene la sensación de que en la estrategia del PSOE con respecto a Euskal Herria en los últimos años hay dos fases claramente diferenciadas. Una primera tenía como objetivo generar un ambiente de confianza y esperanza, pero la segunda, que comienza justo cuando ETA proclama su alto el fuego, se caracteriza por las pegas, las excusas, las dilaciones y los obstáculos. Y es que tan pronto como Zapatero tuvo un «triunfo» que echarse a la boca, las prisas anteriores se convirtieron en retrasos y aplazamientos continuos. Primero había que vefiricar, luego era preciso aclarar que no habría precio político y que todo se haría dentro de la ley. Luego el obstáculo estaba en dilucidar si era precisa una mesa de partidos o varias.
La legalización de Batasuna se convirtió también en motivo de polémica, y el Gobierno español y sus aliados quisieron hacer creer que la izquierda abertzale se resistía a perder las «ventajas» de una situación de ilegalidad. De los presos, nada, de la legislación que ampara la tortura, nada. Siguieron las citaciones en la Audiencia Nacional, y las detenciones y las denuncias de malos tratos, y los juicios, como el del 18/98. Tan sólo en una situación extrema se produjo la reunión Batasuna-PSE, y los contactos se siguieron produciendo en diferentes ámbitos, aunque sin implicación del PSN.
Alos pocos meses de la noticia del alto el fuego la izquierda abertzale lanzaba mensajes de alarma, que se han repetido hasta el presente, sin que los intentos de salvar el proceso hayan surtido efecto. Se han puesto sobre la mesa propuestas, se han desarrollado iniciativas, algunas públicas y otras más discretas, que han tenido siempre el no por respuesta. La izquierda abertzale ha flexibilizado extraordinariamente sus posiciones y siempre se le ha dicho que no era suficiente. En un tiempo eran las muertes las que impedían una solución, cuando ya no había muertes eran los atentados, y cuando ni siquiera había atentados era la propia existencia de ETA: siempre había un motivo para dejar la solución para más tarde.
En esta estrategia el PSOE no ha estado solo. Además de un PP en permanente estado de cruzada, el PNV ha sido un fiel aliado del presidente del Gobierno español. Por desgracia, si alguien esperaba que el PNV se situara entre el PSOE y la izquierda abertzale, la realidad ha demostrado que -bajo el liderazgo de Josu Jon Imaz, que lleva unos días ausente de la política vasca- buscaba más bien un espacio entre el PSOE y el PP.
Tras el atentado de Barajas, la maquinaria propagandística del Gobierno de Madrid y sus compañeros de viaje insistió en que ETA había enterrado el proceso, pero los contactos no cesaron. No han ofrecido resultados, sin embargo, y la actitud de PSOE y PNV ante las elecciones municipales y forales demostró que no estaban trabajando para un acuerdo político, sino para debilitar a la izquierda abertzale y obtener las máximas cotas de poder. El PSOE sabía lo que hacía al ilegalizar las listas electorales de la izquierda abertzale, y de modo especial dejándola fuera del Parlamento Foral. Como sabía qué significaba dar un portazo a la solicitud de inscripción en el registro de partidos de ASB o realizar redadas cuyas víctimas iban a relatar torturas espeluznantes. Eso no era hacer proceso, sino cargárselo.
Por eso carecen de credibilidad muchos de los lamentos que ahora escuchamos. ¿A qué viene quejarse ahora de una situación que han provocado consciente y voluntariamente?
Como ciudadano de este país, hoy me siento triste, pero también indignado, porque me han robado una ilusión, porque han fulminado una expectativa y porque lo han hecho por unos cálculos políticos sucios, obscenos, totalmente ilegítimos, y, no contentos con haber cerrado el camino, culpan a la izquierda abertzale de la crisis.En política, digan lo que digan algunos, no vale todo. No vale, por ejemplo, sabotear un proceso de resolución política de un conflicto porque se cree que su avance puede dificultar los planes de un partido para mantener la hegemonía política. No vale tampoco engañar a millones de personas aparentando una voluntad de la que realmente se carece.
Como ciudadano vasco enfadado, estoy harto de hipocresía. No estamos en el camino de la paz, pero tampoco lo estábamos antes del último comunicado de ETA. Es muy mala noticia que ya no haya alto el fuego, y sería de desear que cuanto antes se genere un clima político diferente en este país, pero cada cual debe asumir su responsabilidad.
La izquierda abertzale ha hecho algunas cosas mal; esto salta a la vista, pero ha hecho una cosa bien: intentar con todas las fuerzas traer la solución y la paz. ¿Pueden decir lo mismo los demás agentes políticos, muchos de ellos empeñados en estos días en gestionar los dividendos electorales del apartheid?